22 de mayo de 2025

Milei redobla su cruzada contra el periodismo: “Son prostitutas de los políticos”

Lo dijo él mismo: “la gente tiene que tomar conciencia”. Tiene razón, aunque no como él cree. Hay que tomar conciencia de que un presidente que insulta a la prensa en vez de responderle, que acusa sin pruebas y que se ríe mientras degrada el debate público, es un presidente que no entiende —o que desprecia— los límites del poder en una República.

El presidente Javier Milei volvió a demostrar que para él no hay límites —ni institucionales, ni discursivos, ni de decoro— en su campaña permanente de confrontación con todo lo que no le rinde pleitesía, esta vez con un nuevo y violento ataque a la prensa.

En una entrevista con el canal de streaming libertario Carajo, y en compañía del influencer Daniel Parisini, alias Gordo Dan, el mandatario volvió a referirse a los periodistas como “prostitutas de los políticos”, afirmando que no se los odia lo suficiente y que son «extorsionadores a sueldo».

Así, entre risas, bromas carcelarias y acusaciones sin pruebas, el jefe de Estado convirtió un espacio público en un paredón virtual para despotricar contra todo el ecosistema mediático. Sin distinguir entre medios, trayectorias ni contextos, Milei optó por la generalización ofensiva como método de análisis político. Un presidente que no gobierna con decretos, sino con insultos de story en story.

Durante la entrevista, Milei contó que bloqueó al periodista Ceferino Reato por “escribirle de forma muy violenta” y por “llorarle por 2.000 dólares de pauta”. El episodio fue usado como excusa para generalizar sobre toda la profesión: “Esto para que sepan lo que son los periodistas. No los odiamos lo suficiente”, sentenció el presidente, como si de un sketch de humor negro se tratara, pero sin el humor y con mucho negro.

La acusación subió de tono cuando, sin nombrar a nadie pero guiñando al estilo de un programa de chimentos políticos, Milei dijo que “hay un periodista que se plantó frente a un empresario, le tiró una carpeta y le pidió plata” y que “se cree sheriff, diciendo que ellos ponen y sacan presidentes”. Según el mandatario, el problema no son los dirigentes corruptos, sino los comunicadores que no se alinean a su relato. O, peor aún, los que se atreven a investigar.

Lo más preocupante, sin embargo, fue la generalización sin filtros con la que Milei concluyó su diatriba: “Los periodistas son históricamente las prostitutas de los políticos. Cobran sobres para hacer la tarea que el político no hace”. Afirmaciones que no sólo manchan injustamente a toda una profesión, sino que además dejan al descubierto una mirada profundamente autoritaria que desprecia la función crítica y el rol institucional de la prensa.

Pero la pregunta es inevitable: ¿qué clase de mandatario necesita insultar al periodismo para mantenerse vigente? En lugar de gobernar, Milei parece estar jugando una partida de ajedrez contra enemigos imaginarios, donde el periodismo ocupa siempre el rol de peón traidor. Mientras tanto, los problemas reales —inflación, pobreza, deuda, salud, educación— siguen esperando turno, como si no fueran parte del mismo país que él habita.

El ataque a la prensa no es un simple exabrupto: es un síntoma. Una forma de construcción política que no tolera la contradicción, que necesita un enemigo para existir y que se enoja cuando se lo expone. Milei no discute ideas: desacredita personas. No debate datos: reparte etiquetas. Y en ese camino, dinamita una de las bases más frágiles pero esenciales de la democracia: la libertad de expresión.

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