Lilia Lemoine y la física del absurdo: el fotógrafo que “interceptó” el gas pimienta con la cara
En un nuevo episodio del realismo mágico libertario, la diputada nacional Lilia Lemoine brindó este miércoles una lección inolvidable de cómo reinterpretar la represión policial como si fuera un sketch de comedia física.

Durante la marcha pacífica de jubilados frente al Congreso, donde las fuerzas de seguridad volvieron a reprimir con gases a manifestantes y trabajadores de prensa, Lemoine ofreció su versión alternativa de los hechos: el fotógrafo **Antonio Becerra no fue alcanzado por el gas pimienta, sino que —atención— lo interceptó con la cara.
Sí, leyó bien. Según la legisladora y maquilladora presidencial devenida en intérprete oficial de las fuerzas del orden, el rostro de Becerra fue el agresor, el objeto contundente que se interpuso en la libre circulación del gas lacrimógeno en el aire. Tal vez lo hizo por deporte. Tal vez para irritar aún más a los custodios del orden. Lo cierto es que, para Lemoine, si te tiran gas en la cara, probablemente es porque lo merecés o porque lo buscaste.
De víctimas a culpables: el nuevo arte de culpar al rostro
El episodio tuvo lugar durante una jornada que ya se ha vuelto una cita semanal: jubilados reclamando una vida digna y la Policía contestando con represión. Esta vez, las fuerzas avanzaron contra personas mayores, manifestantes pacíficos y periodistas. Todo, bajo el ya célebre “protocolo antipiquetes” de Patricia Bullrich, que convierte cualquier espacio público en una zona liberada para bastonazos.
En este contexto, Antonio Becerra, reportero gráfico, recibió directamente en la cara el espray de gas pimienta mientras intentaba cubrir la protesta. Pero según la lógica lemoínica, no fue víctima de violencia estatal, sino culpable de interponerse entre el gas y su destino final. Un auténtico desvío balístico humano.
Lo que en otro momento se hubiera considerado una frase sarcástica mal entendida, hoy es una declaración institucional. Lemoine no solo validó el accionar de la Policía, sino que también revictimizó a un trabajador de prensa, sugiriendo que su cobertura fotográfica es una forma de provocación. Como ya hiciera semanas atrás cuando Santiago Caputo —asesor presidencial y sobrino del ministro de Economía— le quitó la credencial a Becerra en plena tarea profesional, Lemoine elige un relato que invierte roles: el victimario es un héroe y la víctima, un alborotador con cámara.
¿Nueva jurisprudencia? El rostro como arma subversiva
De prosperar esta nueva interpretación libertaria del uso del espacio público, podríamos entrar en una zona de reformas legales revolucionarias: el Código Penal podría incorporar el «uso indebido del rostro en espacios con represión gaseosa» como delito. Y si el implicado es fotógrafo, la pena se agrava: reincidencia visual y provocación con lente angular.
El relato no solo desdibuja la frontera entre víctima y victimario, sino que normaliza la violencia institucional como forma legítima de control social. En lugar de preguntarse por qué una marcha de jubilados termina con gases lacrimógenos y escudos de Gendarmería, se sugiere que la responsabilidad recae en quienes estaban en el lugar equivocado, es decir: en el espacio público.
La política del absurdo avanza a paso firme
Mientras el Gobierno busca consolidar su narrativa de orden y control, voces como la de Lemoine parecen más preocupadas por ridiculizar la denuncia que por analizar el problema. Lo que para la sociedad son excesos represivos, para el oficialismo son apenas errores de puntería provocados por caras mal ubicadas.
Al final, lo que queda claro es que el rostro humano no solo puede expresar dolor y resistencia, ahora también puede ser acusado de interceptar gases en vuelo. Una nueva frontera para la biopolítica libertaria. Y otra prueba más de que la ironía, en la Argentina 2025, no es solo una herramienta literaria: es parte del discurso oficial.