Francisco, el Papa argentino que nunca pudieron domesticar: de enemigo político a trofeo electoral
A Francisco lo quisieron domesticar. Arrimarlo a la orilla más conveniente del interés político. Porque la utilización política de la figura del Santo Padre rinde dividendos. Lo quisieron usar, exponer, desprestigiar, demonizar e incluso, enaltecer. Pero ninguno de quienes ejercieron el Poder en los últimos 20 años en Argentina, lograría moldearlo a su antojo.

Hoy, en un país donde la política se volvió espectáculo y la religión, marketing, el Papa fue una presencia incómoda para el Poder de turno. Y tal vez, por eso mismo, sigue siendo tan necesario.
Desde su silencioso, pero firme, arzobispado en Buenos Aires, atravesando por un trabajo incansable por los más necesitados y vulnerables, y hasta su pontificado en el Vaticano, Jorge Bergoglio nunca dejó de estar en el centro del tablero político argentino, muchas veces sin quererlo y otras, a propósito.
Gobiernos de distintos signos políticos, intentaron, de una u otra forma, apropiarse de su figura. Lo cortejaron, lo atacaron, lo buscaron como aliado o lo convirtieron en blanco. Pero ninguno pudo domarlo, domesticarlo. Néstor y Cristina, no pudieron. Macri tampoco y Milei, mucho menos.
De opositor a «enemigo del pueblo K»
Todos saben que Jorge Bergoglio se peleó con Néstor y Cristina por cuestiones que tienen que ver con la manera en como sus gobiernos afrontaron y manejaron la pobreza. Los cruces con el kirchnerismo comenzaron en los primeros años de Néstor Kirchner.
Las críticas de Bergoglio a la pobreza estructural, la corrupción y la exclusión social fueron interpretadas como una intromisión política. En plena disputa por el matrimonio igualitario, el entonces arzobispo fue señalado por el gobierno como el “líder de la oposición”.
Años más tarde, ya como Papa, Francisco revelaría que intentaron “meterlo preso” durante esa época. “Querían cortarme la cabeza”, habría dicho con crudeza en una conversación privada que luego se hizo pública.
Sin embargo, cuando el mundo aplaudía su elección como Papa, el kirchnerismo cambió el tono: Cristina Kirchner se subió a la ola de popularidad vaticana y comenzó una relación más cordial, aunque sin borrar los capítulos previos.
Macri y el intento de «foto consagratoria»
Para Mauricio Macri, lograr que Francisco visitara la Argentina era más que un deseo religioso: era una obsesión política y personal. Soñaba con esa imagen histórica que lo legitimara frente a un país que aún lo sentía ajeno.
Pero el Papa se mantuvo firme: ninguna visita durante su gestión, solo encuentros protocolares y gestos diplomáticos sin calidez. La relación fue fría, aunque civilizada.
A Macri no le alcanzó con el reencuentro en Roma ni con los discursos sobre “la pobreza cero”. Bergoglio no fue ni herramienta ni cómplice del macrismo.
Milei: del “Maligno” al abrazo en Roma
Si hubo un presidente argentino que directamente insultó y demonizó al Papa, es Javier Milei.
Antes de asumir la presidencia, lo tachó de «imbécil», «comunista» y hasta «representante del Maligno en la Tierra». Lo acusó de defender «la justicia social como un robo», atacándolo incluso desde una supuesta superioridad moral libertaria.
Sin embargo, como tantos otros, Milei también cedió ante la fuerza simbólica de Francisco. En febrero de 2024, ya presidente, viajó al Vaticano, pidió disculpas, se abrazó con el Papa y hasta le regaló unas galletitas de limón. Un acto más performático que espiritual. Pero Francisco, una vez más, mostró más altura que sus detractores: aceptó el gesto sin rencores, pero sin condescendencias.
Un Papa argentino… pero incómodo
Francisco es el argentino más influyente del mundo, pero eso no lo hizo servicial a los intereses del poder local. Su figura molesta porque no se dejó instrumentalizar. No respondió a lobbies, ni se alineó con las estrategias de campaña. Eso lo convirtió en blanco de operaciones, ataques mediáticos y campañas en redes sociales dirigidas por trolls de turno.
Intentaron convertirlo en símbolo de lo viejo, del status quo, del “enemigo interno”. Pero el Papa resistió. No con gritos ni cadenas nacionales, sino con gestos, silencios y actos que incomodan más que mil palabras.