Fiserv se desploma en Wall Street y responsabiliza a la economía argentina por pérdidas de US$29.000
La caída de Fiserv no solo expone la fragilidad de las finanzas corporativas frente a los vaivenes de la economía argentina, sino también la contradicción estructural entre un modelo financiero global que busca ganancias inmediatas y una economía nacional que aún no logra estabilidad duradera.

La multinacional estadounidense Fiserv, uno de los mayores conglomerados de tecnología financiera y procesamiento de pagos del mundo, sufrió una caída superior al 40% en el valor de sus acciones, lo que implicó una pérdida de US$29.000 millones en capitalización bursátil.
En su comunicación con los inversores, la compañía atribuyó parte del derrumbe a la dependencia de su negocio con la economía argentina, un diagnóstico que vuelve a colocar al país en el centro de las tensiones financieras internacionales.
El CEO de Fiserv, Mike Lyons, reconoció que “el desempeño actual no está donde queremos que esté ni donde nuestros accionistas esperan que esté”, y apuntó directamente al “deterioro del entorno económico en Argentina” como uno de los factores que afectaron los márgenes de ganancia. El principal argumento de la firma es que la salida del cepo cambiario y la fuerte depreciación del peso impactaron negativamente en un negocio que, durante los últimos años, se había beneficiado del contexto inflacionario local.
En efecto, Fiserv había experimentado en 2023 y 2024 un crecimiento extraordinario en Argentina, con aumentos de ingresos del 257% y del 329%, respectivamente, producto de la inflación elevada y de las tasas de interés altas que potenciaban su negocio de anticipos financieros. Sin embargo, la política de estabilización del gobierno de Javier Milei, al contener esos desequilibrios, modificó el escenario y dejó expuesta la vulnerabilidad de una estrategia que dependía de una economía desequilibrada.
El caso Fiserv revela una paradoja económica y política: la misma política de “orden macroeconómico” que el gobierno argentino exhibe como éxito interno, es percibida como un factor de riesgo por empresas que capitalizaban las distorsiones del modelo anterior. Así, lo que para el Ejecutivo es una señal de disciplina fiscal y monetaria, para el sector financiero internacional puede convertirse en una advertencia sobre la caída de rentabilidad en mercados que antes ofrecían retornos extraordinarios a costa de la inestabilidad.
Pese al intento de Lyons por transmitir calma —al destacar un crecimiento global del 3,7% excluyendo a la Argentina—, la reacción del mercado fue inmediata: los inversores castigaron a la empresa por su exposición desbalanceada a un país de alto riesgo estructural. En ese sentido, la drástica corrección de Fiserv no solo refleja un problema de gestión empresarial, sino también una lectura equivocada de la Argentina como fuente permanente de ganancias rápidas, sin contemplar los efectos de un eventual ajuste económico.
El episodio también deja una lección más amplia: la volatilidad argentina sigue proyectando consecuencias en los mercados globales, pero ahora desde una nueva perspectiva. Si durante años las compañías extranjeras aprovecharon la inflación y el desorden para multiplicar beneficios, hoy enfrentan el costo de esa dependencia cuando el país intenta —aun de forma incierta— reconfigurar su matriz macroeconómica.

 
                 
                 
                