Santiago bordea los 300 muertos por Covid-19 y tal vez ya sea hora de entender la gravedad de la situación
El reporte diario de Covid-19 del Ministerio de Salud de la Provincia indicó ayer que Santiago del Estero había llegado a los 299 fallecidos en todo el territorio. Tamaña noticia y tristísima cifra a la vez. Al borde del abismo de los 300 muertos en un año de pandemia, tal vez ha llegado la hora de que los titubeos queden de lado y que las responsabilidades colectivas se cumplan porque tal vez a nadie le guste ver un cartel como en Berazategui.

En la noche del sábado, las Redes Sociales eran una caldera y los Medios de Comunicación nacionales repetían hasta el cansancio las imágenes de la “represión” de la Policía de la Ciudad de Buenos Aires y el grito pelado de “abran las escuelas” y “no nos dejan trabajar” en la marcha del 17A, en contra de la suspensión por 15 días de las actividades áulicas en el AMBA y las protestas de los rebeldes gastronómicos que se niegan a cerrar sus comercios a las 20.
Sin embargo, en Santiago del Estero, la realidad era otra. O tal vez, era la misma, pero mirada con diferente cristal.
El primer sábado después de los anuncios del presidente Alberto Fernández de endurecer las medidas preventivas para contrarrestar el avance del Covid-19 en nuestro país, en las que se ponía especial énfasis en la disminución de la circulación en el AMBA, Santiago del Estero fue una isla y tuvo su nocturnidad cuidada, responsable y ampliada en el horario.
Pero, no faltaron los inescrupulosos que se negaron a cumplir con los protocolos y la intervención policial terminó por socavar la paciencia de muchos santiagueños que despotricaron en la virtualidad al ver fotos y leer comentarios del procedimiento policial que se llevó a cabo en un conocido restaurante del barrio Cabildo.

No es la idea contar lo que pasó, pero se sabe que la División de Prevención y Protección contra el Alcoholismo llegó al comercio y detectó que se estaban incumpliendo los protocolos sanitarios, como distanciamiento social y uso obligatorio del barbijo y le informó al propietario que debía desalojar el lugar y esto encendió la mecha de la ira, de los comerciantes y de cientos de usuarios de las RRSS que también comentaron en contra del accionar policial, en contra de las disposiciones gubernamentales y en contra de la vida misma.
En fin, cada uno sabrá dónde frotarse el lomo. Lo cierto es que mientras Nación y CABA se disputan la presencialidad en las escuelas como si se tratara de un botín de la guerra fría, en la tierra de la hospitalidad, de las casas de puertas abiertas, ya murieron casi 300 santiagueños sin pestañar y el nivel de contagios diarios se disparó a más del doble en la última semana.
Claro es también, que las estadísticas suelen enamorar en un principio pero la repetición de las mismas produce una sensación de hartazgo social, relajamiento e inobservancia de las normas.
Por eso, tal vez, ha llegado la hora de ponerles nombre a las víctimas. Son padres, abuelos, tíos y hermanos. Son amigos de toda la vida, conocidos del barrio, compañeros del trabajo y personalidades reconocidas en el micro mundo de nuestra provincia. Son familias enteras que están de luto y lloran la pérdida de un ser amado porque el virus no hace diferencia de clases.

Es un lugar vacío que no se llenará jamás porque quienes partieron son irremplazables. Son santiagueños y de seguro no sos vos, porque lees la nota pero tal vez la enfermedad pegó cerca de ti, esta vez, y tal vez la próxima pegue muy cerca, o no, no lo sabemos y ojalá no te suceda. Que no te suceda que buscas cama y no la encuentras en un sistema de salud colapsado.
Son 299 santiagueños muertos, casi 300. ¿Cuántos muertos se necesitan para que como sociedad tomemos conciencia de la gravedad de la situación? Con ninguno alcanzaba y sobraba.
Somos santiagueños y tal vez, no haga falta, como en el conurbano bonaerense, esperar a que los dueños de un comercio coloquen una pizarra donde todos los días cambian el número de muertos a modo de concientización mientras dejan un mensaje del respeto, la responsabilidad y el cumplimiento de las normas.
Es ahora.

