13 de noviembre de 2025

Más deuda y condicionamientos: el BID aprueba u$s1.200 millones para Argentina a cambio de reformas

El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) aprobó dos nuevos préstamos por un total de u$s1.200 millones para Argentina, bajo el argumento de impulsar “reformas clave” orientadas a fortalecer la sostenibilidad fiscal, mejorar el clima de negocios y aumentar la competitividad.

Sin embargo, detrás de esta inyección de financiamiento aparecen compromisos que no son menores: cambios en la estructura tributaria, mayor disciplina en el gasto público y desregulación económica.

El primer préstamo, por u$s800 millones, está destinado a apoyar modificaciones en el sistema impositivo con la promesa de mejorar “eficiencia y equidad”. Según el BID, esto implicará reducir impuestos distorsivos y eliminar exenciones, pero también plantea interrogantes: ¿qué sectores perderán beneficios y cómo impactará esto en la presión fiscal general?

Al mismo tiempo, se busca simplificar trámites para el IVA y Ganancias, lo que apunta a aliviar costos administrativos, aunque no necesariamente significa bajar la carga tributaria.

En materia de gasto, el crédito incluye condicionamientos claros: menor peso de los subsidios en energía y agua, más control sobre la asistencia social y “relaciones fiscales intergubernamentales más eficientes”, eufemismo que suele traducirse en recortes y transferencias ajustadas a provincias. El trasfondo es evidente: el organismo prioriza la ortodoxia fiscal, aún cuando esto pueda tensionar la capacidad del Estado para sostener políticas sociales y de infraestructura.

El segundo préstamo, por u$s400 millones, empuja un paquete desregulador: eliminar 700 normas “obsoletas”, incentivar la participación privada y agilizar el comercio exterior. Se promete incluso una plataforma para denunciar trabas burocráticas, pero no hay precisión sobre qué regulaciones se eliminarán ni quién definirá qué es “obsoleto”. Este tipo de reformas suele presentarse como modernización, aunque en la práctica implica reducir controles que, en algunos casos, protegen derechos laborales, ambientales o de competencia.

La aprobación de estos préstamos reaviva un debate estructural: Argentina accede a financiamiento externo bajo la promesa de reformas que responden a un esquema clásico de ajuste y apertura. Si bien el país necesita dólares para aliviar tensiones en reservas y sostener estabilidad macroeconómica, el costo no es neutro.

Estos compromisos pueden condicionar la política económica a largo plazo, profundizando la dependencia de organismos multilaterales y reduciendo el margen para diseñar estrategias soberanas de desarrollo.

La pregunta de fondo es si estas medidas efectivamente generarán competitividad y crecimiento o si, como en experiencias pasadas, terminarán traduciéndose en más ajuste sobre los sectores vulnerables y en un Estado con menor capacidad regulatoria frente a intereses privados.

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