13 de noviembre de 2025

La reforma laboral de Milei: un salto al pasado disfrazado de modernidad

La iniciativa, que cuenta con el respaldo de cámaras industriales y sectores del empresariado, propone ampliar la jornada laboral hasta 12 horas, permitir el pago parcial en especie y flexibilizar convenios colectivos, bajo el argumento de “adaptar el trabajo al mundo moderno”.

Mientras el Gobierno nacional y los grandes grupos empresariales celebran la llamada “modernización laboral”, lo que se esconde detrás de la reforma impulsada por Javier Milei es un profundo retroceso en los derechos conquistados por los trabajadores argentinos.

Los analistas y operadores mediáticos del oficialismo insisten en que “hay que hacerle entender a los sindicalistas que el mundo cambió”. Sin embargo, la evidencia internacional demuestra exactamente lo contrario: países como Islandia, Francia y Bélgica redujeron la jornada laboral sin pérdida de productividad, y naciones como Reino Unido, Alemania, Portugal o Colombia avanzan en esa misma dirección.

Las experiencias de estos países confirman que menos horas de trabajo no solo mejoran la calidad de vida, sino que también impulsan la eficiencia y la innovación.

En cambio, la reforma laboral de Milei propone el camino inverso. Pretende “modernizar” el empleo extendiendo la jornada, permitiendo el pago de parte del salario con vales de comida o “tickets canasta”, y autorizando a las pymes a pagar indemnizaciones en cuotas.

También elimina la “ultraactividad” de los convenios colectivos, debilitando así la negociación sindical y la protección del trabajador frente a los abusos empresariales.

Paradójicamente, en un país donde el 43,2% de los trabajadores está en la informalidad —casi 9 millones de personas—, el Gobierno propone una legislación que solo beneficiará a los grandes grupos económicos.

Los jóvenes de entre 16 y 24 años son los más afectados, con una tasa de empleo no registrado del 63%, y aun así, muchos de ellos apoyan la reforma sin advertir que implica precarización, pérdida de derechos y menos garantías laborales.

En lugar de avanzar hacia modelos más humanos y sostenibles, como los que promueven las economías europeas, el Gobierno argentino parece decidido a retroceder hacia una lógica medieval, donde el trabajador es una pieza desechable y la ganancia empresarial se impone como único valor.

Los voceros del poder repiten que “el mundo cambió”, pero lo que realmente cambió es la voluntad política de proteger a quienes sostienen la economía con su trabajo diario.

Frente a un escenario de creciente desigualdad y desinformación, es fundamental que la clase trabajadora comprenda qué está en juego: no una reforma para el futuro, sino una involución que amenaza con borrar un siglo de conquistas laborales.

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