La reforma laboral amenaza con dinamitar la imagen de Milei en un año electoral: rechazos masivos y desgaste político en ascenso
En medio de un año electoral decisivo, el presidente Javier Milei se enfrenta a una paradoja que amenaza con devorar su propio capital político: la reforma laboral que impulsa su gobierno, presentada como un eje de modernización, choca de lleno con la resistencia social y podría terminar convirtiéndose en un bumerán electoral.

Así lo muestra el último estudio de la consultora Zuban-Córdoba, que confirma que la imagen presidencial se encuentra en uno de sus momentos más bajos, con un 54% de valoración negativa, mientras crece el rechazo a cambios profundos en las leyes laborales.
Entre el 60% y el 90% de los encuestados se opone a recortar vacaciones, eliminar negociaciones colectivas, extender jornadas a 12 horas, reinstaurar las AFJP o sustituir indemnizaciones.
El informe, elaborado con 2.400 casos relevados a comienzos de febrero, desnuda una grieta social que va más allá de la filiación política de los votantes: la gran mayoría de la sociedad no está dispuesta a resignar derechos laborales conquistados, aun si apoyaron al actual gobierno en la última elección. En ese sentido, el sondeo refleja un golpe directo a la narrativa libertaria, que promete “libertad” pero que, a ojos de muchos argentinos, se traduce en pérdida de garantías básicas en el mundo del trabajo.
El temor a un efecto boomerang se potencia en el oficialismo porque la imagen negativa de Milei no hace más que crecer, empujada por la percepción de un rumbo económico incierto: el 53,6% de la población cree que el país va por un camino equivocado, mientras apenas el 43,8% sostiene que va en la dirección correcta.
Aun así, Milei logra retener cierto respaldo cuando se mide el manejo de la inflación y la estabilidad: un 58% percibe que los precios subieron menos que antes, y un 44% ve mayor estabilidad económica respecto a la gestión anterior. Sin embargo, esas cifras parecen insuficientes para compensar el rechazo masivo a una reforma laboral que, de avanzar en los términos propuestos, podría transformarse en un misil a su línea de flotación electoral.
El propio diseño de la reforma, según la percepción social, aparece cargado de riesgos: la eliminación de convenios colectivos, la extensión de las jornadas laborales, la flexibilización del despido, o la vuelta de las AFJP evocan fantasmas del pasado que la mayoría de los argentinos rechaza de plano.
El presidente parece atado a una encrucijada: si insiste con forzar la reforma laboral antes de octubre, corre el riesgo de ahondar su desgaste en las urnas; si la posterga, se expone a acusaciones de incumplir sus promesas de campaña. En cualquier caso, el escenario muestra que la sociedad no está dispuesta a tolerar un ajuste que toque derechos laborales, y así la propia bandera reformista de Milei podría quedar atrapada en un callejón sin salida.
El estudio de Zuban-Córdoba no hace más que confirmar el dilema libertario: las reformas estructurales pueden encender el fervor de los inversores o de algunos sectores empresariales, pero golpean el corazón de la clase media y trabajadora, que no está dispuesta a pagar el costo. Y en un año electoral, ese voto puede ser decisivo.