Georgieva tras reunirse con Milei: elogios al rumbo económico y la persistente sombra del FMI sobre Argentina
El encuentro Milei–Georgieva exhibe un alineamiento inédito entre el FMI y un gobierno argentino, pero también actualiza un dilema histórico: cada vez que el Fondo aplaudió al país, los costos sociales no tardaron en hacerse visibles. El respaldo internacional existe; la pregunta es si la sociedad podrá soportar el precio de ese acompañamiento.

La reunión entre Javier Milei y Kristalina Georgieva en Nueva York dejó un mensaje claro: el Fondo Monetario Internacional respalda las políticas del gobierno argentino. La directora del organismo calificó el encuentro como “excelente” y sostuvo que el país “va en la dirección correcta”.
En la misma línea, celebró el apoyo de Estados Unidos y del Banco Mundial, insistiendo en la necesidad de bajar la inflación, aumentar la actividad económica y reducir la pobreza.
Sin embargo, detrás de los elogios aparece una dinámica conocida: la del FMI funcionando como garante del ajuste. Georgieva destacó la “disciplina fiscal” y las “reformas estructurales” como condiciones centrales, un lenguaje que en la historia argentina suele traducirse en recortes, deterioro del consumo interno y dependencia de financiamiento externo.
Las advertencias de Gita Gopinath, ex número dos del Fondo, apuntaron en esa dirección: reclamó un régimen cambiario más flexible, acumulación de reservas y consenso político para avanzar con las reformas. La mención al “consenso” desnuda uno de los mayores dilemas del plan oficial: Milei avanza con medidas que generan el visto bueno de los mercados y del FMI, pero al costo de profundizar la crisis social y la tensión política interna.
La declaración de Georgieva fue celebrada por la Casa Rosada como un triunfo diplomático y un espaldarazo internacional. Sin embargo, la frase “Argentina va en la dirección correcta” puede leerse también como la validación de un modelo que prioriza el equilibrio fiscal sobre las necesidades sociales inmediatas. El contraste entre la felicitación externa y el deterioro cotidiano de los ingresos y del consumo abre un interrogante clave: ¿la “dirección correcta” para el FMI es también la dirección correcta para los argentinos?