Gaza al límite: el hambre como arma, la ayuda como obstáculo
En un nuevo capítulo de la catástrofe humanitaria que vive la Franja de Gaza, una multitud de palestinos hambrientos irrumpió en un almacén del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU, provocando la muerte de al menos dos personas y dejando varias heridas.

Las escenas, registradas este miércoles, muestran a hombres desesperados cargando sacos de harina como si fueran botines de guerra. No es un asalto común: es la respuesta directa al hambre, la desesperación y el colapso de un sistema de ayuda que ya no alcanza a contener una crisis que se agrava día tras día.
La situación se ha vuelto insostenible. Once semanas de asedio israelí y un bloqueo casi total a la ayuda humanitaria han empujado a más de dos millones de personas a un borde peligroso: el del colapso total. La escasez ha convertido los alimentos básicos en artículos de lujo: un kilo de harina puede costar 70 dólares en el mercado negro de Gaza, y un saco completo, hasta 500. En este contexto, el almacén del PMA se convirtió en un blanco inevitable para una población al borde del hambre.
El caos registrado en el almacén del PMA no fue un hecho aislado. Solo un día antes, tropas israelíes abrieron fuego contra una multitud que esperaba alimentos en otro centro de distribución, esta vez respaldado por Estados Unidos. La represión dejó un muerto y 48 heridos. La justificación oficial de Israel se mantiene: impedir que la ayuda caiga en manos de Hamás. Sin embargo, la ONU ha desmentido que tal desvío ocurra a una escala significativa y ha advertido que la ayuda está siendo utilizada como arma de guerra.
Un plan de ayuda cuestionado y un sistema humanitario fracturado
La situación se ha visto agravada por la controversial intervención de la Fundación Humanitaria de Gaza, una organización respaldada por Israel y Estados Unidos que fue designada como canal principal de distribución. Lejos de mejorar la situación, el plan ha sido rechazado por la ONU, que acusa a la fundación de aplicar un «racionamiento basado en la vigilancia» y de violar principios fundamentales del derecho humanitario.
John Whittall, jefe de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU, fue contundente: “Este nuevo plan legitima una política de privación deliberada y busca despoblar zonas de Gaza”. A este diagnóstico se sumó la renuncia de Jake Wood, fundador de la fundación, quien reconoció que su organización no podía garantizar una distribución de ayuda respetando los principios de humanidad, imparcialidad, neutralidad e independencia.
Las imágenes de Gaza hoy son el retrato del colapso: hombres lanzándose a por sacos de harina como si fueran lingotes de oro, niños desnutridos, centros médicos sin insumos y una infraestructura completamente devastada. Lo que ocurre en el enclave palestino ya no puede describirse solo como una crisis humanitaria, sino como una emergencia inducida políticamente, sostenida por decisiones deliberadas que han convertido la distribución de alimentos en un acto de supervivencia arriesgado.
El hambre como arma, la ayuda como obstáculo
El asalto al almacén del PMA no es simplemente un caso de “desorden civil”. Es el símbolo de una desesperación estructural, alimentada por años de bloqueo, represión y una política que ve en la asistencia humanitaria no un derecho, sino una concesión negociable. Gaza está al borde de la hambruna, pero la respuesta internacional sigue siendo insuficiente, fragmentada y atrapada en el juego geopolítico.
Mientras tanto, los habitantes de Gaza siguen pagando con sus cuerpos, su salud y su dignidad el precio de una guerra en la que no tienen margen para elegir. Y cada kilo de harina rescatado a la fuerza de un almacén es también una denuncia muda —pero brutal— de una comunidad internacional que, por acción u omisión, está permitiendo que el hambre se convierta en herramienta de control político y social.