El consumo de carne sigue en los niveles más bajos de la historia
A pesar de ser un emblema cultural y alimenticio del país, la carne vacuna continúa perdiendo terreno en el consumo de los argentinos y se ubica en niveles históricamente bajos.

Según datos de la Cámara de la Industria y Comercio de Carnes (CICCRA), el consumo anual por habitante alcanzó en mayo apenas 49,5 kilos, muy lejos de los 82 kilos que se registraban hace seis décadas.
Aunque el dato de mayo muestra una leve mejora del 0,5% en relación con el mismo mes del año pasado, la caída estructural en la demanda de carne vacuna es evidente. Analistas atribuyen el fenómeno a varios factores: el encarecimiento sostenido de los cortes vacunos frente a otras proteínas, la menor eficiencia productiva y la emergencia de alternativas como el pollo y el cerdo, que hoy totalizan 65 kilos anuales por habitante, frente a los 12 kilos de hace 60 años.
El consultor ganadero Víctor Tonelli remarcó que “se consume más carne en total, pero menos carne vacuna”, una tendencia que refleja cambios profundos en los hábitos alimentarios. En un contexto donde el poder adquisitivo sigue resentido, el vacuno se transformó en un producto cada vez menos accesible para millones de familias, golpeadas por la inflación y la pérdida de ingresos reales.
A esta realidad se suma el impacto de los precios, que en mayo volvieron a aumentar por encima de la inflación. Datos del Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina (IPCVA) indican que los cortes vacunos subieron 2,6% respecto del mes anterior, superando el 1,5% de inflación oficial. En los primeros cinco meses de 2025, el alza acumulada fue del 27,3%, empujada por la baja oferta de hacienda que tensiona el mercado interno.
Incluso dentro del territorio nacional se observan disparidades preocupantes: mientras en zonas de alto poder adquisitivo los precios se incrementaron un 3,3%, en los barrios populares también subieron un 2,4%, recortando el acceso a un alimento que históricamente formó parte de la dieta básica argentina.
Paradójicamente, mientras el consumo doméstico se retrae, el país todavía intenta recomponer sus exportaciones de carne vacuna tras años de restricciones oficiales. Aunque Tonelli relativizó el ingreso de carne importada —que apenas representa el 0,05% del consumo interno—, la competencia externa presiona aún más a un sector que no logra estabilizarse.
Este retroceso en la ingesta de carne vacuna no solo tiene un significado económico, sino también cultural. La caída del consumo interpela el mito de la “parrilla argentina” y revela un cambio profundo en la alimentación nacional. En un escenario donde la inflación erosiona el poder de compra y la producción enfrenta costos crecientes, el acceso a la carne vacuna —ícono de la identidad argentina— corre el riesgo de volverse un lujo, ajeno a la mesa de buena parte de la población.