Para Lule Menem el caso de coimas en la ANDIS, es una “burda operación del kirchnerismo
A través de un comunicado en redes sociales, negó tajantemente las acusaciones y calificó el episodio como una “burda operación política del kirchnerismo”. Sin embargo, su estrategia defensiva abre más interrogantes que certezas.

El subsecretario de Gestión Institucional y hombre de máxima confianza de Karina Milei, Eduardo “Lule” Menem, rompió el silencio frente a los audios que lo mencionan como parte de un presunto esquema de corrupción en la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS).
El texto difundido por Menem contiene tres ejes centrales: no haber intervenido en contrataciones de la ANDIS, no tener conocimiento de hechos de corrupción y no haber discutido jamás el tema con Karina ni con Javier Milei. El problema es que su descargo elude un aspecto fundamental: la veracidad de los audios. Lule no los desmiente ni cuestiona su autenticidad técnica, se limita a declarar la “absoluta falsedad de su contenido”. Esa distancia entre la prueba y la respuesta habilita un terreno de dudas que la política y la justicia difícilmente dejarán pasar.
El comunicado se inscribe, además, en una narrativa repetida dentro del oficialismo: ante cualquier señalamiento, la primera reacción es culpar a una “operación kirchnerista” sin aportar pruebas ni explicaciones alternativas. La victimización política puede funcionar como herramienta coyuntural, pero difícilmente resista en el tiempo si el escándalo judicial se profundiza y si surgen nuevas evidencias documentales, como ya ocurre en otras aristas de la causa vinculadas a contrataciones del PAMI y Fuerzas Armadas con la droguería Suizo Argentina.
Otro punto llamativo es la apelación a la “integridad de los funcionarios mencionados”. Menem no solo se defiende a sí mismo, sino que blinda a todo el círculo de poder que rodea a Karina Milei. En lugar de delimitar responsabilidades individuales, su estrategia es corporativa: un bloque cerrado frente a las acusaciones. Ese mecanismo, que refuerza la cohesión interna, también proyecta hacia afuera la imagen de un oficialismo que prioriza la supervivencia política antes que la transparencia.
La lectura política de la coyuntura es clara: Lule Menem busca transformar un escándalo judicial en una pulseada electoral. En su comunicado vincula directamente las denuncias con la cercanía de los comicios bonaerenses, sugiriendo que no hay hechos de corrupción sino un ataque oportunista. Sin embargo, el argumento se debilita ante un hecho incontrastable: la renuncia inmediata de Diego Spagnuolo tras la difusión de los audios, lo que resta credibilidad a la hipótesis de una mera operación.
En este punto se abre la verdadera dimensión analítica: ¿qué implica que uno de los hombres más cercanos al corazón del poder libertario sea mencionado en un esquema de coimas? Más allá de que la justicia determine su responsabilidad, la fragilidad institucional ya quedó expuesta. El gobierno que llegó con la bandera de “terminar con la casta” aparece hoy obligado a defender a funcionarios acusados de reproducir prácticas que son la esencia misma de esa casta.
El silencio roto por Lule Menem no despejó el escándalo: apenas lo desplazó hacia otro terreno, el de la disputa política.
Pero las preguntas siguen abiertas y son cada vez más incómodas: si los audios son falsos, ¿por qué renunció Spagnuolo? Si son verdaderos, ¿cómo explicar que el círculo íntimo de Karina Milei se mantenga indemne? Y, sobre todo, ¿puede un gobierno sostener su legitimidad moral mientras la sospecha de corrupción lo rodea desde adentro?
